lunes, abril 27

Camino




Deja el beso en el agua,

que el agua se lo lleve

para que lo haga múltiple y fecundo

en todas las orillas.


Compañero,

deja el beso en el viento...

Porque en verdad te digo, compañero,

que algún día,

de camino,

te encontrarás tu beso repartido

saliéndote al encuentro.


(Rodolfo Hernandez. Camino)

sábado, abril 25

Balada


Me sorprende mi mano solitaria,
mi mano de dedos abandonados,
mi mano blanca,
esta mano que se pierde hacia las tardes
buscando un asidero, una ternura,
un soplo de mejillas o de senos.

Me sorprende esta mano de silencio,
que no sabe moverse, que carece
de motivo de existir.

Que sólo es útil
como apéndice,
como herramienta, como garra.

(Balada de la caricia perdida.
Juan F. Lorenzo Robles)

viernes, abril 24

Deshabitado




Yo te arrojé de mi cuerpo,
yo, con un carbón ardiendo.
-Vete.
Madrugada.
La luz, muerta en las esquinas
y en las casas.
Los hombres y las mujeres
ya no estaban.
-Vete.
Quedó mi cuerpo vacío,
negro saco, a la ventana.
Se fue.
Se fue, doblando las calles.
Mi cuerpo anduvo, sin nadie.

(Rafael Alberti. El cuerpo deshabitado)

Cuento


Cuéntamelo otra vez: es tan hermoso

que no me canso nunca de escucharlo.

Repíteme otra vez que la pareja

del cuento fue feliz hasta la muerte,

que ella no le fue infiel, que a él ni siquiera

se le ocurrió engañarla. Y no te olvides

de que, a pesar del tiempo y los problemas,

se seguían besando cada noche.

Cuéntamelo mil veces, por favor:

es la historia más bella que conozco


(Amalia Bautista. Cuéntamelo otra vez)



jueves, abril 2

Duele



Me duele esta ciudad,
me duele esta ciudad cuyo progreso se me viene encima
como un muerto invencible,
como las espaldas de la eternidad dormida sobre cada una de mis preguntas.
Me duelen todos ustedes que tienen por hombro izquierdo una lágrima,
ese llanto es una aventura fatigada,
una mala razón para exhibir las mejillas.
En estas palabras hay un poco de polvo egipcio,
hay unas cuantas vendas, hay un olor de pirámides adormecidas en el algodón del pasado,
y hay también esa nostalgia que nos invade en ciertas tardes,
cuando la lluvia se enreda en nuestro corazón como los cabellos húmedos y largos
de una mujer desconocida.
Estuve atento a la edificación de los templos, al trazo de las grandes avenidas,
a la proclamación de los hospitales, a la frase secreta de los enfermos,
vi morir los antiguos guerreros,
sentí cómo ardían los ángeles por el olor a vuelo quemado.
Me duele, pues, esta convocatoria inofensiva, esta novia de blanco,
esta mirada que cruzo con mi madre muerta,
esta espina que corre por la voz, estas ganas de reír y llorar a mansalva,
y el trabajo de ustedes, los constructores de la nueva ciudad,
los sacerdotes de las nuevas costumbres, los muertos del futuro.
Me duele la pulcritud inútil, la voluntad académica,
la cortesía de los ciegos,
la caricia torva como una virgen insatisfecha.
Mirad las excavaciones de la noche,
escuchen a Lázaro conversando con
sus sepultureros, mostrándoles su anillo de compromiso con la Divinidad.
Vean a Lázaro en el restaurant y en el tranvía,
en el ataúd y en el puente, en el animal y en su plato de carne.
Sí, me duele este atardecer,
esta boca de sol y de verano.


(Jose Carlos Becerra. Épica)